¿Es posible saber que la vida es un desliz, o un error, o un indebido hecho fortuito, y desear sin embargo seguir en pie, aferrados a sus accidentes y a su tiranía, sin un amparo verdadero, sin un consuelo real, sin un goce cierto?
No, pensó Minelli, no es posible. Porque un tal conocimiento sería indudablemente insoportable, o ingrato, o indeseable, aun cuando los hombres intuyan el dolor o atisben el pánico de esa herida constituyente pero impensable.
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