En el primer segundo en el que uno piensa: ¿Qué le está pasando?, pareciera que el Universo (eso creeria uno, pero no es nada más ni nada menos que los de alrededor, que suelen ser nuestro único y preciado Universo; cosas de la mente que podría pasar horas divagando, pero me contengo con sólo decir lo que quiero en limpio y sin ir hacia otros lugares: No es lo mio) nos mentiría, sólo por el simple hecho que cualquier persona utiliza para ponerse el escudo de todos los días y mirar con cara de no-trates-de-conocerme.
A veces uno se mira al espejo y ve cosas que jamás quiso en su entera vida querer ver. Pero están ahí, no se van a ir. Uno se sigue mirando y pensando ¿Qué le está pasando? ¿Soy yo? ¿Qué hice mal? Y un sin fin de preguntas que nos/te/me llevan a empezar a sentir esa mancha de rareza y angustia justo en el medio del corazón. Uno no se merece las decisiones de los demás. Cualquier persona debe hacer caso omiso a todas las decisiones que alguien cercano a él/ella pueda llegar a tomar e implementar. Obviamente, ¿Quién no decide algo para luego dejarlo abandonado, esperando que el tiempo llegue para que en el se junten telarañas y luego arañas, donde depositaran su comida que comeran para luego ser aplastadas por la gente que odia a las arañas o por las señoras amas de casa que sólo cumplen su deber de limpieza cotidiano? Las decisiones más arriesgadas se esconden bien lejos de donde los ojos de las personas puedan llegar a verlas; pero luego de un tiempo mueren de soledad, sabiendo que nunca llegarán a triunfar, porque su dueño las dejó abandonadas. Ocultas, pero abandonadas en fin. Las decisiones que trascienden, por ejemplo, logran daños y prejuicios mayormente (si son muy bruscas para su receptor) o alegrías con sorpresas encima. Estas últimas son de las más hermosas y esperadas por cualquier persona que tenga un mínimo de amor en su corazón.
Los receptores son personas comunes y corrientes, quienes aman por demás y siempre (siempre, no hay excepciones) lloran por las decisiones bruscas de sus emisores, a quienes dedican su tiempo y vida para luego detestarlos y prejuiciarlos por las cosas que hacen (muchas veces sin pensar, otras para dañar).
Para concluir, en este hermoso mundo en el que vivimos, nos topamos día a día con miles de receptores y billones de emisores. Yo soy receptora, chau.
1 comentario:
Es una de las mejores entradas que he leído♥ Es enteramente cierto, pero hago al observación de que no hay sólo receptores, ni sólo emisores, sino que cada uno tiene un 50% y 50%. Fijate que en este caso se habla de un receptor que llora por decisiones bruscas de algún emisor, pero que a la vez, éste mismo receptor es un emisor completamente emocional y con desiciones no bruscas, sino plenas y honestas♥
Y si esto que escribí es muy patético (COMO TU NOTA PATÉTICA, sí claro¬¬) lo borrás, quemás y pisás hasta hacerlo motitas de polvo; no sé si soy clara (:
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